Gijón, a 2 de Diciembre de 2012
(8ª entrega)
-¿Estás bien? –
Me pregunta ella mientras se veía salir el frío de su boca a la vez que sus palabras. Era obvio que bien del todo no me encontraba, aun así le contesté afirmativamente. Ella miró, ahora sí, con gesto de desconfianza,
se volvió a colocar sus auriculares, dejó para sí algún comentario que parecía listo para decir, y prosiguió su camino. Y yo, allí postrado en medio de la noche con el cuerpo amontonado como un amasijo de chatarra
en el desguace. Allí tirado y quizá habiendo desaprovechado la única oportunidad de coger la mano tendida de una desconocida que se había interesado por mi estado, pese a las circunstancias del momento. No sé si hice bien
rechazando la ayuda de aquella muchacha, pero lo que es cierto es que posiblemente sea un momento para no estar con nadie. Puede que la cabeza necesitara cura de otro tipo, y no me apetecía pensar, no me apetecía hablar, ni siquiera respirar.
Me duelen hasta las pestañas, y lo que peor cura tenía era la reparación del alma. Además un dolor intenso de cabeza invadía el momento. Me apetece desconectar la máquina, descansar, dormir, pero ni era el mejor sitio
para ello, y ni siquiera tenía un lugar mejor. Pero, ¿Por qué era aquel un mal sitio?, es un parque, estoy en una superficie horizontal y estoy cansado. Me parece que va ganando enteros la posibilidad de acoplarme con una postura fetal
y que sea lo que Dios quiera. Pero antes, una cosa importante. Con cuidado intento ponerme de pie, y lo consigo. Voy poco a poco con cuidado de no tropezar y caerme, y me acerco a palpo a unos árboles próximos. Era un lugar perfecto para adelgazar
de líquido, y a eso me pongo. Cierro los ojos, cojo aire por la boca, con la cabeza hacia atrás, y me pongo a ello. Suena el chapoteo en la hierba, ¿o será en mis zapatos?, ¿qué importa? El día en que uno acaba
de salvar el pellejo, tiene permiso para mearse los pies, digo yo. Con estas trazas de medio hombre que me quedan, no estoy en condiciones de ponerme exquisito e ir a mear a un baño del Ritz, con papel higiénico perfumado y jabón de glicerina.
Pues no: si me meo los zapatos, me los meé y punto. Ya se secarán. Además, la hierba está húmeda por el incesante rocío, y de camino por ella, se irían lavando a la vez que ando, un buen sistema.